Para un buen servicio del vino, las copas siempre deben llenarse menos de los dos tercios, esto es así para hacer posible el movimiento rotatorio que debe imprimirse al vino y en especial, para que los aromas se queden encerrados en la copa.
Una vez haya probado algún entendido y aprobado la primera copa, es tradición servir primero a las mujeres y finalmente al dueño de la casa.
La copa nunca debe permanecer vacia, por lo que, si no disponemos de una persona especialmente dedicada a ese menester, la botella (tanto en el restaurante como en nuestra casa) debe estar siempre al alcance de los comensales.
La verdad es que no hay nada más enervante que contemplar una botella lejana, colocada sobre cualquier mueble a la disposición de algún camarero que no se preocupa de atender a los comensales.
Para los que amamos el poder evocador de la etiqueta y de la propia botella, no hay sommelier o camarero que pueda suplir con su eficacia la agradable presencia del vino en la mesa.
